SALUSTIANO MARTÍN GONZÁLEZ

EL CAVADOR GERRARD WINSTANLEY RESUME SU IMPOTENCIA DESPUÉS DE LA DERROTA (WALTON-ON-THAMES, SURREY, 1660)

1.

Nos fue la tierra dada
en común a los seres
humanos para el aire
feraz de nuestros hombros.

Luego vinieron los ladrones[1]
con su interés,

   con su derecho
natural los filósofos[2],
los arteros[3] juristas con sus leyes:

defendido su engaño
a fuego con la espada[4],

alzaron cercas de codicia
y arramblaron con todo.

Y nos pusieron firmes
y nos hicieron
trabajar
como si fuera
un favor que su gracia nos hacía
la miserable vida que nos daban[5].
Notable consecuencia de su robo:

si los ricos se hicieron con su holganza
cada día más ricos,

con su trabajo
cada día más pobres
los más pobres se hicieron.

Mientras tanto la tierra deshacía
su vigor,
y su expolio
vaciaba las despensas del futuro[6].

Nos fue la tierra dada
en común:

nos gobiernan
los que la vienen saqueando.

 

2.

La tierra ha sido secuestrada.

Pero sólo se sienta en el banquillo
el pobre vagabundo
que nada más nos recupera
la manzana podrida.

La tierra ha sido secuestrada.

Y los niños enfermos ya no tienen
ni siquiera el calor del blando heno
segado por sus madres
en las landas comunes[7].

La tierra ha sido secuestrada.

Y los padres musitan su impotencia
mientras la mesa está vacía
y sólo ladra el odio su aventura
por los campos cercados[8].

La tierra ha sido secuestrada.

Pero sólo se sienta en el banquillo
la muda voz del hombre despojado,
la mujer que recoge la leña caída,
el jornalero que estercola.

La tierra ha sido secuestrada.

Los jueces firman el derecho
del hábil mal ladrón que llena
sus atentos bolsillos con las viles[9]
monedas del pillaje.

La tierra ha sido secuestrada:

celebran en la City el feliz robo[10].

Vuelve el rey con su Corte[11].

**

 

EL CAVADOR GERRARD WINSTANLEY DEFIENDE LA VOZ DE SUS POEMAS

1.

Pronuncian mis palabras
lo que Dios ha querido
poner en este espíritu[12]
acostumbrado a la pobreza:

enuncio acaso frases indigentes,
tal vez acordes con las ropas
que me cubren sin gala.

Algunos sabios que conozco
me dicen que no crean
así sus versos los ilustres
hombres que saben de cultura;

que estas manos callosas
no son para el oficio
sutil de los poemas:

que sólo pueden
saber conducir vacas[13],

rastrillar en las eras,

cubrir de estiércol el sembrado
que ha de brotar para el sustento

que nos sostiene.

(Es decir,
cavadores[14],

que los sostiene a ellos,

que alimentan sus ocios exquisitos
con el dolor de mis trabajos,

que me expropian sin tasa.)

 

2.

Digo con mis palabras
lo que veo,
lo que delante
de mis ojos sucede:

lo que aprieta la boca de mi estómago
como una garra triste,

lo que atormenta mi valor
y hace sufrir mis noches
de pesar y desánimo.

Me explican que la voz que yo pronuncio
es una voz grosera,

que no articula palabras hermosas:

que sólo dice nombres cotidianos,
adverbios atestados de basura,
adjetivos rugosos,
verbos que se desuellan de fatiga.

Que lo mío es cavar sin pausa
al servicio del amo[15].

 

3.

Además de robarnos nuestra tierra,

de medrar con el duro
vigor de nuestros pechos,

pretenden abolir esas palabras
que alumbra nuestra sangre[16]:

no quieren que digamos

el ritmo del expolio que somete
la flor de nuestro empuje,

el cuento de la métrica
que amarga
la luz que anuncian nuestros sueños.

No quieren que pongamos
preciso nombre a la tortura
que nos destruye.

 

**

[1] Los futuros grandes terratenientes y burgueses.
[2] Los filósofos del derecho teorizaron, en el siglo XVII, la existencia de un «estado de naturaleza» originario en cuyo seno los «hombres» dispondrían de un «derecho natural» a la propiedad privada de la tierra.
[3] Adjetivo explicativo. Para Winstanley, todos los «juristas» son «arteros» y enemigos de la Humanidad.
[4] Los grandes propietarios no sólo tienen de su parte la ley, sino también el poder militar.
[5] Winstanley habla en nombre de la muchedumbre de los que no tienen «propiedades»: jornaleros del campo, guardadores de ganado, trabajadores asalariados de la ciudad, vagabundos sin un trabajo estable.
[6] Winstanley llegó a intuir un futuro en que la tierra acabaría estando finalmente esquilmada: arrasada por la codicia de los propietarios.
[7] Incluso se ha prohibido la libre recogida de la producción silvestre en las tierras comunales.
[8] Los grandes propietarios cercaron las tierras comunales y arrojaron de ellas a los comuneros cavadores, sometiéndolos obligatoriamente a la dependencia del trabajo asalariado.
[9] Adjetivo explicativo. Todas las «monedas del pillaje» son «viles», y Winstanley tenía que decirlo.
[10] Los grandes burgueses de Londres estuvieron de acuerdo con la conversión en propiedad privada absoluta de lo que antes había sido propiedad común.
[11] En 1660, el rey Carlos II fue llamado por el Parlamento para ocupar el trono de Inglaterra, restaurándose así la monarquía abolida después de la Revolución.
[12] Winstanley (como Milton, Bunyan y la mayoría de los puritanos radicales) creía que Dios era el que hacía hablar a cada corazón sincero, y que, en ese sentido, sus propias ideas eran tan buenas como las que más. John Locke, intelectual al servicio de las clases propietarias, criticó agriamente esa «pretensión».
[13] Winstanley, que empezó trabajando en Londres (1630) como aprendiz pañero y se estableció por su cuenta en unos años (1637) económicamente infames para los «menudos», hacia 1643 había sido «echado a palos» tanto de su casa como del trabajo y acabó guardando vacas por cuenta ajena en Walton-on-Thames (1649).
[14] Winstanley, en la hora de la derrota, continúa dirigiéndose a los destinatarios primeros de su mensaje, sus compañeros cavadores.
[15] Después de 1660, no se permitió ninguna nueva «veleidad subversiva»: cada cual fue destinado a «lo que le correspondía hacer», según el nuevo sistema económico mercantilista burgués; fue instaurada, entonces, una fuerte censura de los papeles impresos y sólo se permitió hablar y escribir a «los que sabían».
[16] Winstanley afirma la relación necesaria entre las palabras que escribe y la clase de los que no tienen ninguna propiedad (y son obligados a trabajar «por cuenta ajena»). Rebate la consigna burguesa que niega que un trabajador pueda escribir, como tal, poemas «decentes».

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