MANEL BARRIERE FIGUEROA

La carne se desprende
a golpes de acero.

Los engranajes chirrían
y su risa es hiel.

El ruido del progreso avanza,
alejado
del llanto de la madre.

**

Bajo los cuervos
abundan
claveles enterrados.

La tierra se mastica,
y el plomo entre las cejas
o en la nuca.

Los nietos de los asesinos
vierten asfalto fundido
sobre el crimen

invisible.

Ayer y hoy,
sus actos les reportan
grandes beneficios.

**

a Pablo Díez, quien se suicidó
después de ser víctima de acoso laboral por parte de TMB

Pasan las horas.

El ronquido del motor
en las entrañas
y el sudor de multitudes.

Un recorrido que empieza
cerca del mar,
en una vieja calle
de arena y cal.

Masticamos
el acero de los siglos.

La luz del sol se filtra
entre las nubes,
que el futuro también ha estropeado.

Las manos sobre el volante
sudan.
El miedo suda.
El desprecio suda.

El sol desaparece
detrás de los edificios
de esta ciudad engalanada.

Exiliados invisibles, forzosos,
al final de la cuerda
a duras penas respiran.

No hay principio ni final. Solo un lazo
en el cuello.

Un conductor de autobús
asesinado por sus jefes.

Conduces

hacia la cochera al final del día,
piensas insistentemente
en ese sudor, frío
ante la multitud.

Compartimos el silencio y consentimos.

Sigue allí,
sin principio ni final
la ciudad engalanada.

Quien a hierro vive
sonríe sangre.

Nuestra sangre.

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