MIGUEL ÁNGEL VÁZQUEZ

MUJER QUE VACÍAS TU CHABOLA

Mujer que vacías tu chabola,
que has vencido al frío,
a los caminos,
mujer de veinte años
con arrugas en la piel,
asperezas en las manos
y un crío al pecho,
mujer,
corre, saca tu vida de entre
los cartones,
esquiva a las ratas para
salvar, entre los electrodomésticos,
algo de tu historia.
No puedes dejar al niño
y estás sola.
Tú que has empezado
de cero tantas veces
como días tienen tus años,
salva tu miseria del escombro
que viene.
Huye de la pala.
Mujer que vacías tu chabola
descalza
con los calcetines en la mano
y el crío al pecho,
no bajes la cabeza,
no concedas ese placer al
que te humilla,
que esos ojos indolentes
que te miran como a un perro
son los ojos del sistema
en los ojos de un
funcionario
del Ayuntamiento.
Pusilánime.
Mezquino.
Acomplejado.
Mujer que vacías tu chabola
como tantas veces vaciaste
tu vida
no te resignes al polvo, al humo
de las mañanas de invierno,
al silencio del abecedario
y los juzgados,
al cobre previsto en los imprevistos
de las multinacionales
y lucha.
Lucha aunque sea en las entrañas
mientras huyes del derribo
con ese niño colgado
del pecho.

**

AGUACATE PARA CUATRO

Madrugamos.
El hambre nos desvela.
Somos los peldaños de su bienestar,
de los que nunca nadie dice nada,
los olvidados, los sin voz.
Somos los perdedores.
Nosotros despertamos antes que el Sol
y morimos cuando cae el día
sin chance para ver las estrellas.
Somos silencioso cimiento.
Somos sombras de un futuro roto.
Somos la miseria.
Nosotros somos drama y absurdo.
Hemos venido al mundo a fracasar
y vivimos bajo la Ley de Caifás
donde, al que está jodido,
le joden más.
Nosotros somos sabios.
Nosotros somos viajantes de ustedes,
la voz de la conciencia del privilegio,
les mostramos el mundo al que no quieren ir.
Somos el extrarradio del progreso.
Somos el corazón de la injusticia.
Somos los pies descalzos y el pantalón chuco.
Somos el pelo desordenado y el sudor.
Somos aquellos que tienen el derecho
de morir por miles,
de sucumbir para su solidaridad de ustedes,
de ofrendar su vida al tiempo.
Nos ahogamos en la tormenta,
nos quemamos en la sequía,
sucumbimos bajo el temblor.
Somos los que existen allá
donde no existe Dios.
Somos la enfermedad curable
y la nutrición dudosa.
Menú de sopa, tortilla, frijoles
y aguacate para cuatro.
Somos lo que no quieren
para sus hijos,
lo que creen que ya no existe.
Somos sarna,
y cólera
y malaria.
Somos resignación
y nudo de intestinos.
Nosotros recortamos los campos
que un día les vestirán
mientras ustedes recortan la ayuda
que nunca les pedimos.
Somos quien baja a la mina,
somos quien siembra el maíz,
somos quien recoge el azúcar.
Somos los que rompen surcos con las manos
en la tierra de nuestros padres.
Somos los que añoran la tierra de nuestros padres.
Nosotros no estamos preparados para ubicar palabras
pero clamamos Justicia al viento,
la gritamos con nuestros ojos,
con nuestros pies de tierra
y nuestras manos de agua,
con nuestra expresión ancestral,
serena.
Somos los que nunca nadie nada.
Somos los perdedores.
Somos quena y flautas de pan
y marimbas
y melodías tristes.
Somos pueblo empobrecido de ustedes.
Somos café y yuca.
Somos los Andes y el altiplano.
Somos la selva y la cascada.
Somos la playa.
Somos el mar.
Nosotros
Nosotras
somos el Sur.

**

ALABANZA DE LAS PIEDRAS

Resuena el eco en el agua,
en las plantas,
en las cumbres de las montañas,
un susurro que se derrama
por troncos de árboles,
gotea hasta las raíces,
rompe surcos de luz y barro
en la tierra mojada.
Es la Vida que redactó las profecías
con caligrafía de viento.
Es el tiempo mismo de la profecía.
Es el amor.
Recorre la Tierra un rumor
de fuego,
una liturgia de valle nevado,
el estruendo mudo del mar
dejando su huella en la hierba.
Ya llega.
Es la hora.
Es esta hora.
Un pájaro levanta el vuelo
entre las hojas secas del otoño,
se eleva,
deja atrás el frío, el hielo.
Deja atrás la rama.
El estruendo, el susurro,
el rumor, el eco,
llega en ondas a través del suelo,
hace temblar las piedras.
Las piedras chocan.
Las piedras pueden cantar.
Las piedras bailan y se mueven,
lo mueven todo.
Son cientos, miles, son una muchedumbre
de piedras
chocando y rebotando
alrededor del mundo.
Ya nada se puede parar.
Es la hora.
Es esta hora.
Está en el aire, está en las
distancias y los alientos,
es el cosmos de nuestra parte,
es el Sol, es la Luna.
Una fuerza liberadora
que nos convoca.
Es la liberación.
Es la liberación.
Las paredes gritan buenas noticias,
destilan fraternidad
como un canto revolucionario
entonado al unísono por los
engendrados
de un útero en forma de cruz.
Son los empobrecidos, que se levantan,
son los olvidados, que recuperan su voz,
los que nunca nadie nada
dispuestos a protagonizar
la Historia.
Amanece.
No hay vuelta atrás.
Es el cambio que viene
y no hay mayor denuncia
que comunicar la esperanza.
Es la hora.
Es esta hora.
Una constelación de descalzos
marca el sendero:
son los hijos del hambre
que creyeron en la promesa.
Ha llegado el tiempo de la liberación.
El tiempo de todas las profecías.
Jamás la luz se vistió de negro.
Jamás hubo camino sin indignación.
No hay mayor enemigo del amor
que el miedo.
No existe mayor subversión
que el amor.

**


Una mujer negra

pide en los vagones del Metro.
Ha ensayado su discurso.
Le ha puesto música.
Lo ha cantado.
“Pofa voome puéayu daa paraco mee…
Pofa voome puéayu daa paraco mee…”
El soniquete se vuelve
ritual, ancestral, mística,
oración..
Su voz es la voz de las raíces
de África.
Su voz sabe a sabana y sed.
Repite la frase final.
“Pofa voome puéayu daa paraco mee…
pofa voome puéayu daa paraco mee…”
Es un mantra
que detiene el tiempo
y suspende la realidad
colgada de la entraña.
Un canto que araña por
dentro
hasta desangrarnos.

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