ANA PÉREZ CAÑAMARES

Sin decir nada, mamá me entregó el tesoro.
No hicieron falta palabras:
yo comprendí su peso, su importancia
las tareas eternas que heredaba.
Llevaba mi nombre y mis apellidos
era mío pero además de todas
y sobre todas caería su pérdida.
No hay descanso para la portadora
y por eso yo envidié lo ligero
de mis hermanos, porque no vi a padre
legarles una carga parecida.
Y mientras mi madre preocupada:
las costras en mis rodillas
los balonazos en mis pechos
los chuchos que me seguían.
Señales de que para mí era un lastre.
Pero para otros sería un trofeo
conquista a la que sigue el desprecio.
Intentarían robármelo
al menor despiste o debilidad.
Habría de defenderlo con la vida.
Fabriqué un escudo de carne
con mis piernas y mis brazos.
Tejí una cota de malla
y aprendí a evitar el tema.
Levanté para el tesoro una torre
y aunque no quise que el miedo
reuniera glebas y siervos
al fin cedí a su linaje.
No subiría a los árboles
vería el mundo desde las almenas.
Para desnudarme me escondería
y mi desnudez nunca sería promesa.
Hasta que harta de tapiar huecos
harta de alimentar fantasmas
harta de herencias en antiguas lenguas
un día invoqué al diluvio
que hizo inútiles mis fosos.
Abrí la caja y descubrí el tesoro:
no era más que un vestido
que por detrás me arrastraba
como una cola de novia
o un rastro de oscura sangre.
Si me visita mi hija lo escondo
aunque creo que ya se lo he legado
sin intención, sin querer, sin palabras
muda a la manera de las madres.

**

FIBROMIALGIA

Al principio fue el verbo y el dolor.
Tus manos, piernas, brazos y espalda
se convierten de golpe en enemigos.
Y pronto lo comprendes desde dentro:
nadie gana una lucha fratricida.

No puedo, dicen la mente y el cuerpo
y no sabes quién se pronunció antes
si fue la conciencia que dictó su ley
o si la lógica de la materia
cayó como una lluvia de mercurio
y arrasó el bosque de tu voluntad.

El prójimo sigue su vida mientras
tú aspiras nada más que a lo imposible:
la invisibilidad y su amparo.
Tus células suben emparejadas
al arca que te cruzará a otro día.

Sólo queda postrarse para rezarle
a aquel dios del antiguo testamento:
Nuestro Señor del Eterno Cansancio.
Padre nuestro, concédeme ser lenta
en el aire que pesa como un pecado.

Parte mi vida en pequeñas batallas
pero no hagas de esta lucha una guerra.
Haz que puedan los otros escuchar
desde lejos este ritmo que bailo
y dales a mi cuerpo y a mi mente
la dulzura de una danza al unísono.

Así yo no maldeciré mi suerte
porque en este desierto aprenderé
que en agua estancada nació la vida
y que la distancia entre las orillas
sólo es espejismo y tentación
para aquellos que aprenden a flotar.

**

Olvidé la fe de los árboles en invierno
las esperanzas de los humedales
el valor de la primera cigüeña
que decidió no emigrar.

Le di la espalda al mar y a la madera
al parco vecino que arrancó
las hojas secas de mi huerto.

Desdeñé la palmetada en el lomo
la sapiencia de mi dedo pulgar
la noche que las rapaces hilvanan.

Desconozco las rutinas del fuego
las costumbres de la escarcha
las encomiendas de cada estación.

Y ahora soy el perro de trapo
que no distingue sopor de placer
que come de la mano equivocada
y ladra a todo aquel que no comprende.

Que dice manada y es jauría
que dice jauría y sólo es ruido
que si siente nostalgia
va corriendo hacia el mañana.

Busco salida y señalan palacios
pero sé que de haberla
la salida tendrá que ser solar.

Sobre los vientres huecos de la tierra
volver a venerar cada ladrillo
como una vez adoramos las ruinas
de los imperios que habrían de caer.

**

REFUGIADOS

Nunca sabrás quién soy yo
nunca sabré quién sería
soy el chico que olvidó la moneda
en tu carro del supermercado
soy la mujer que levanta la vista
y envidia a las nubes su placidez de hogar
soy la niña que cantaba la canción de moda
mientras tú aguardabas el verde del semáforo

soy la que no fui
soy el que no será
soy los que no somos

soy la que amaba la luz
sobre la barra bruñida del bar
la que buscaba el olor del océano
en la lluvia de ciudades lejanas
la que envolvía entre gasas
los pendientes ajados de las madres

soy la que no fui
soy el que no será
soy los que no somos

soy el muchacho que te sonrió
cuando pisaste mi bota sucia
soy el anciano cuyo habla
me lijaba la piel con suavidad
soy la mujer del pañuelo
que inauguró nuestra primavera

somos los que no fuiste
somos los que quizá serías
somos los que tú eres

somos este día que sucedió hoy
y nosotros por qué no, por qué no
pudimos cruzar este día calmo
habitarlo como una catedral

soy lo que fuimos
sois lo que seríamos
somos lo que somos
lo que todos somos
si fuésemos a ser.

**

Cuando mi madre tendía las sábanas
sobre las matas del romero
las mariposas se elevaban
como pavesas azules.
En mis sentidos un desfile
de aromas y colores
pasaba raudo y fantasmal.

Eran las vacaciones en el albergue
pobre del Solán de Cabas:
de noche jabalíes, víboras, lobos
por el día la manada de las mujeres
hechas a su intimidad ausente.
Los niños, domesticados animalillos
que chupaban las bolas de pedrisco
igual que un helado de sabor eléctrico.
En las tormentas las mariposas
se escondían como vidas no vividas.

Cuando yo estiré la sábana
sobre el cuerpo azul y frío de mi madre
volvió una mariposa, una sola
transparente como una lápida de hielo.
Venía del pasado
cruzando todas las edades
y atravesó la ventana cerrada.
Se fue perdiendo como un recuerdo
cuando el recuerdo no se comparte.
Se fue perdiendo como el granizo
cuando vuelve el sol del verano.
Se fue perdiendo para encontrarse
con las sábanas tendidas de nube a nube.

Las sábanas que tapan a niños
las sábanas que envuelven cadáveres.
Las sábanas que son las alas
con las que amor levanta vuelo.

**

EL NOMBRE DE LAS CULEBRAS

“Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarlo” (Rafael Hernando, diputado por el Partido Popular)
“Todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la memoria histórica” (Pablo Casado, diputado por el Partido Popular)
“Si quieres tener casa, debes ganar la guerra” (Joan Margarit)
“los difuntos (léase, desarmados)” (Wislawa Szymborska)

I.

Mi padre nació en la casilla:
cuatro paredes encaladas
juntos a las vías del tren.
Su madre – cómo llamar abuela
a quien no te ha acunado-
lo parió al mundo un diciembre
entre luces y traqueteos.
Quizá un profundo silbido
ahogó su primer llanto
– después no hubo tiempo
ni España para más.
Por las noches, el padre repartía luz
y el farol era una luna
que iluminaba sus alpargatas
y le abría ventanas a la niebla.
Tanto podía el tren matar
como el descarrilamiento
de un mercancías
asegurar la cena.
Los juegos eran atentos
de indios en la llanura
pegando el oído a tierra
por si el caballo de hierro.
Junto a la casilla, la cochiquera
con el burro, el cerdo, las gallinas:
familiares exactos y fieles.
De allí salía el camino al colegio
que la primavera hacía colorido y corto
y el invierno, penoso y embarrado.
Dentro, en cualquier estación,
habitaciones húmedas
donde la muerte se decía pulmonía
y se pronunciaba madre.
Todo estaba tan lejos:
el médico, el colegio, los vecinos.
Seis hermanos, un viudo triste
los animales y las caras extrañas
que pasaban deprisa
detrás de cristales centelleantes:
eso era la vida.
El miedo a lo oscuro
y a un ladrón de vez en cuando.
Seis niños: Manuel, Emilia, Petra,
Leandra, Daniel y Agustina.
Seis niños jugando a unos metros
de la muerte; seis niños
que escudriñan el horizonte
por si de allí viniera la vida.
Seis niños entre gallinas que aletean
jirones de vapor caliente
y máquinas quejumbrosas.
Pero estar lejos de todo
no les protegió de la guerra;
ella conoce todos los atajos.
El mayor murió en el frente;
con él se llevó la inocencia
y un título de jefe de estación.
La lámpara del padre
se apagó de pena.
Los cinco niños restantes
salieron en estampida.
La vida los cazó con lazo.
El moho tomó sus posesiones.
Se hizo la noche.

II.

Después, lo que todos saben
y nadie dice.
Las semillas se dispersan
en campo seco y calcinado.
Las traviesas quedan a oscuras.
Desde el tren no se ven las grietas
en las manos del que labra.
La vida parece vida
si no se la mira de cerca
pero lo que queda es simulacro.
Banderas como mordazas
caras de no pensar
paso rápido ante los cuartelillos.
Penas de muerte repartidas
por un dios que también sella
las cartillas de racionamiento.
Si tienes una idea
le haces un nudo
y la entierras en la cuneta.
Flores, las que el azar disponga.
A servir en las casas
a meterse a queridas
a levantar industrias
de la miseria en todas sus formas.
La radio en Semana Santa
baja las persianas
que nadie oiga que tarareas
algo distinto a porrom pom porrom.
Porrom pom porrom.
El ruido del tren ahogado
por botas y por tambores.
Una normalidad que espanta.
Una ciudad y otra
un trabajo y otro peor
el futuro al precio
de un plato de lentejas.
Antes, separar las negras.
Las negras caen por ventanas
y por huecos de ascensores.
Y en la tele todos
tan, tan felices
300 millones
de hermanos felices.
Pero un hijo en una habitación
sigue pensando:
maldiciones de la sangre.
Rabia de siglos.
Miedos renovados.
Crucigramas sin acabar
hasta la madrugada
cuando el cable del teléfono
se enrolla como un cordón umbilical.
Del horizonte llegó el futuro
y era otro pacto de silencio.
A seguir mendigando
la solidez de la memoria.

III.

Por mis venas aún pasa el mercancías.
Descarga en mi memoria
un saco de patatas.
Me desvela en la noche.
Despierta mi hambre vieja.
¿Cómo salir indemne del sueño
y los temblores de los muertos?
¿Cómo se arranca la mata enferma
que ya dio el fruto podrido?
¿Cómo se avienta la ignorancia
cómo se espantan las culebras
cuyos nombres hemos olvidado?
¿Cómo se invoca la linterna
que amortigua la noche
cómo se le quita la fiebre
a una madre muerta
y vuelve a servirnos el pan?
¿Cómo saber que nunca más
la familia esparcida
los matojos en las cunetas
las señales en las tapias?
¿Cómo perdonar al pasado
si el presente tampoco?
Cómo salir corriendo
y tomar el tren preciso
si no sabemos cuándo
ni de dónde parte
ni si ya partió
o si esas vías vuelven
al punto de partida
si son circulares
si el jefe de estación
es un esqueleto que quiere paz
que quiere celebrar su entierro
echar a las culebras de su casa
mirar a sus sobrinos ya mayores que él
vivir vicariamente su vida robada
regalarnos la bala
y decir con una voz
que venza a los silbidos
a las mordazas
al moho y la derrota:
por ahí no.
Por ahí nunca más.
Por ahí, vía muerta.

(De  El espejo discreto, de próxima edición)

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