NADIA LÓPEZ GARCÍA

REVÉS

Entonces la mujer de Lot miró atrás,
a espaldas de él,
y se volvió estatua de sal.
(Génesis 19: 26)

Por años me senté en la misma banca,
cercana a la luz de las veladoras
y a la tibia membrana del sermón de domingo.
Asistí convencida de la piedad de un Dios
que no escatimó en crucificarse
por amor.
Un Dios que salvó a Moisés en el río
y a José de sus hermanos:
Conocía sólo la mitad de su rostro.

Fue necesario mirar hacia atrás
y sentarme en la última banca,
preguntar por el murmullo
que emanaba tras la voz del campanario
o tal vez, sólo bastó con dudar
para conocer el revés de la luz
contenida en su rostro,
advertir el horror de las facciones sombrías
de un Dios que también destruyó ciudades
y arrasó ejércitos;
un Dios que castigaba con muerte,
borraba rostros y nombres como el tuyo;
la que volteó por curiosidad, por desobediencia
e incluso por disfrutar del exterminio
de toda una ciudad.

¿Por qué volteaste?
Quizá también deseabas conocer su rostro,
el de la piedad y el de la destrucción.
Tu castigo por ello,
no fue petrificar tu cuerpo en sal,
tu castigo
fue borrar tu nombre
de la memoria de generaciones
que te hemos llamado:
La mujer de Lot.

Su castigo
es no poder borrar la silueta
de tu vida,
todas te seguimos nombrando
y lo haremos
por muchas generaciones más.

Solicitamos su permiso para obtener datos estadísticos de su navegación en esta web, en cumplimiento del Real Decreto-ley 13/2012. Si continúa navegando consideramos que acepta el uso de cookies. OK