CAMIONES
Bajo la ventana de la nave donde trabajo
se mueven los camiones frigoríficos:
grandes herbívoros blancos
entrando y saliendo del almacén
lentamente, con el motor humeante
y las orejas gachas.
Proveemos a la ciudad
–parecen decir–, nos quedamos a sus puertas
para que le lleguen los alimentos
en leves dosis envueltas y clasificadas.
Cuando salgo a pleno sol
me pierdo entre sus moles,
paso por las cabinas abandonadas
un instante, para que también el camionero
contribuya al desembarco del producto.
Dan ganas de subirse a una de ellas,
girar el volante gigantesco
hasta poner dirección Murcia,
coger a mi esposo y escaparnos.
Escaparnos al bosque:
aprovechar la osamenta del camión
para aplastar arcenes y medianas
y subir directamente al bosque.
Un bosque donde ser niños perdidos
que lloran y tienen miedo de la noche
y están sucios y en sus casas
les olvidan.