JESÚS IGORRA

CARBÓN

Mi padre trabajó en una mina
durante los felices sesenta
barrenaba las entrañas de Alemania
con las esperanzas planchadas
y una morriña de gazpacho
y tiento.

Allí descubrió que las raíces de un país
pueden ser tan oscuras como la savia
de quienes lo habitan.

Se trajo un buen montón
de anécdotas
a las que faltaron nietos
en quienes abrigarse
poco más de cinco fotos
el pulmón tiznado
un par de zapatos buenos

y cuarenta y ocho con trece
cortesía de aquel gobierno
en señal de perpetuo
agradecimiento.

Hoy le llegó una carta
después de muerto:
el ministro español de Hacienda
también le agradece
su contribución
a la construcción europea.

Por eso demanda
su tanto por ciento.

**

REPELÚS

Savitri mira pensativa el flotador
acompasando su callada danza
en la quietud de la piscina cubierta
hoy no tenía ganas
de ponerse el disfraz de princesa
y ha dejado a medias el cruasán

a ocho mil recuerdos de distancia
su hermana
de quien no guarda memoria
romas las uñas se aferra
a una rama dolorida
ejercicio inútil
para detener el temblor
del cuerpo y el suelo
una vez y otra
y otra
a la sombra del Sagarmatha

nadie le quiere decir
recién desayunada
que los telediarios cuentan
más muertos que calles
entre los escombros de Katmandú.

**

KAFKA AL SOL

Frente al muro
que despeinara el céfiro
los kilómetros
son desierto y hambre
de libertad

el siroco arrasa
cabras
jaimas
sonrisas

no hay turbante
que pare su inmersión
que detenga su apremio

atraviesa tejidos
penetra orejas
ojos
lenguas teñidas
de té y hasanía
pieles tostadas
de dátil y rutina

se mezcla con la sangre
la bilis
el cerumen
la saliva
la emesis
los humores

se agarra a los hígados
con fuerza
como si soplara dentro
un tornado cuyo vórtice
arranca del pecho
pero el corazón
[el corazón]
lo respeta
recubre candorosamente
su aurículas como escarcha
pelea por conservar
su latido monótono y cansino

en su inevitable avance
trastoca pensamientos
y golpea
unas contra otras
neuronas
comisuras
cavidades por fin rellenas
de pensamientos abatidos

en cuarenta años
de destierro
la distancia ahuyentó
una generación
la noción de patria

por eso sus habitantes
ya no son
los hijos del viento:
se han convertido
en comida
para los campos sembrados de arena.

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