BOCA DE METRO
Cuando el vigilante abre la barrera,
a las cinco de la mañana,
primero se arrojan los excedentes,
helados y somnolientos, dentro de sus fauces.
Carne caducada que busca el calorcito
entre las paredes del estómago ulceroso del sistema.
Después vienen los autómatas,
con su exceso de trabajo y su falta de dinero,
chocándose los unos con los otros, desnortados,
aunque crean que saben hacia donde se dirigen.
(La rendición es la única libertad
que conocen y no temen.)
Hasta que, al caer la tarde,
el bicho los regurgita y los escupe a todos,
un poco más resecos y más muertos.
Pero no revienta de una indigestión.
No revienta.