«No queremos ir a Europa. Sólo paren la guerra»
(Kinan Masalemehi, sirio, trece años – 2015)
Ninguno pregunta.
Nadie les pregunta.
En cuestión de segundos
“Todos somos ellos”.
Si todos somos lo mismo
nadie es alguien
en particular.
Si somos todos los que estamos
no hay lugar para nadie más.
No les queda más que inexistir.
Nos fuimos habituando
acomodándonos
zigzagueando
entre consignas macizas
disimulando la voracidad
en estas fauces de cemento
agitando banderas como autómatas
hasta vaciar
las más nobles causas
y no terminan de hartarnos
los excesos.
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La felicidad
es el canto del gallo
en los caseríos apacibles
de los montes
es la ropa
impregnada
de humo eterno
en las estepas
la mirada punzante del zahorí
en el desierto
algunos atardeceres
en la planicie son
a veces la felicidad
el silencio de los templos
el amor inesperado
el rumor de las acacias
diferente al roce de las espigas
la idea de infinito
el agua rodando entre las piedras
las aspas del molino
el viento entre las crines
el mar de lejos
la deriva en las páginas
espesas
de los libros.
La felicidad
es una palabra
difícil de pronunciar
en las lenguas dominantes