NURIA RUIZ DE VIÑASPRE

LA SILLA DE LA VEJEZ

Era una loba vieja muy querida. A veces se mostraba fría con sus lobeznos. Es la confianza, se decían, que todo lo permite. Solo conectaba con la emoción si era tocada, besada o abrazada por otros lobos. Entonces desfallecía de blanco amor. Por eso, cuando las hijas salían a pasear con ella eran sus firmes manos las que tocaban los rostros desdentados sentados en sillas de ruedas o los miembros desnutridos de unos cuerpos sucios y tullidos. Cuerpos difíciles de mirar para otros. Cuerpos incompletos  que pedían limosna sin más longitud de vida que la del propio día. Un vivir para estirar la tarde. Ese gesto enternecía a las hijas, pues ahí comprendían que esa loba que lo dio todo por ellas ahora solo necesitaba que acariciaran su lomo, hablar con alguien que  tuviera voz, y que otra mano -cualquiera que fuera- cogiera su huesuda y aún esbelta mano sin caer en jerarquías, niveles o estratos de esta sucia sociedad tan  aprehendida. Podía colocar monedas de ida y monedas de vuelta en las desmanadas manos. Hablar con naturalidad con un pobre desconocido que mostraba los huesos fuera de sus cúbitos y todo bajo la mirada amorosa de los cielos. Nada le asustaba de la menospreciada calle. La pobreza y la miseria tenían la misma cara que la abundancia. Ningún desolador paisaje, por muy grotesco que pareciera, le alejaba de su humanidad. Eso loaba a la loba. Una loba inactiva que mostraba tanta dureza como fragilidad

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LOS QUE VIVEN AHÍ

Lo que viven ahí. Sobre un puente. No debajo. Sino sobre. Sobre. Sobre. Sobre. Sobre-pasadas almas en corredores que sobreviven a ese ahí. Los que viven ahí. Cuando el ahí es un bocado. Un gancho. Un anzuelo. La metafísica del esfuerzo. Un lugar impuesto entrecartones. Un ahí de carne y hueso al que desemboca la carne y el pescado de este mundo. Los que viven ahí. Cuando ese ahí es más que adverbio. Es frío, uña, témpano, pasarela y túnel. Un ahí donde hay carreras con carritos de super-mercado en ese infra-mercado que son las compras y las ventas. Ventas. Puente de maletas y mantas. Y nosotros que creíamos que el puente servía para cruzar de un lado a otro, para unir orillas, salvar accidentes geográficos. Un puente que unía obstáculos, lugares, que unía ahís… Pero este es un ahí que huele a anís para calentar arterias. Un ahí donde las madres conservan en bolsas la leche de plástico y la nada del aire de sus pechos. Todo blanco, niebla, nieve. Todo uña. Escarcha. Todo invierno. Los que viven ahí. A la intemperie. Con el rostro avejentado y sin más ventaja que la de esconder al niño y escurrirse sobre el transitado río de la M30. Río donde van a morir los peces. Carretera secundaria si supieran de ese ahí donde viven los de ahí. Sobre el puente. No debajo. Como decía la canción. Calentando el motor del hueso. A nada de una mezquita donde cocinan precipicios de oraciones y frases hechas. Bien hervidas. Un puente de ventas que no es puente ni mercado ni se venden más que hectáreas de terreno antártico. Los que viven ahí. Como si fueran cuerpos colgados de un gancho y después tumbados. Pegados. Enganchados de un gancho carnicero. Expuestos cuerpos como la carne de res se expone en el mercado. No. Como truchas siniestramente ordenadas. Enganchadas al anzuelo. Peces sobre camas compartidas de perejil molido y hielo helado. Sin branquias pero con agallas. Sin más cartón que el que les tapa. Como objetos a la deriva. Como pecios. Sin precio de compra ni precio de venta. Des-precio de la sociedad. Desprecio de sociedad. Desprecio la sociedad que desprecia a los de ahí. Desprecio la suciedad de esta sociedad. Porque los que viven ahí son nuestro futuro. Un futuro sin techo. Terraplén en la arquitectura urbana. Todos estamos bajo el eje de ese arco. Bajo el arco. Iris. Que. Forma. Un. Puente. Suspendido. Suspendidas. Cuerdas. Arcos. Vigas. Casa-techo el interior del b-arco. Y sin embargo, nada a lo que sujetarse que no sea un gancho o un anzuelo.

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